viernes, 22 de marzo de 2013

¿Quién teme a la Filosofía?



Un nuevo intento desde los poderes del Estado pretende reducir a una presencia testimonial las enseñanzas de la Filosofía, tanto del currículum de secundaria como del bachillerato. Pero además, y como consecuencia de la disminución del número de docentes y de salidas profesionales, los estudios universitarios también se verán extraordinariamente mermados. Y parece que estas propuestas, además de entre las fuerzas políticas mayoritarias, gozan con cierto apoyo social. En ambos casos son los mismos hilos los que tejen ese temor a la Filosofía y, por tanto, a la enseñanza de los saberes filosóficos.

¿Quién teme a la Filosofía?

Entre esas personas siempre están las que son pragmáticas, las que buscan la utilidad y las consecuencias beneficiosas en todo lo que hacen. Impertinentemente, suelen presentarse con la pregunta: “y eso, ¿para qué sirve?”. Un saber que no está al servicio de nada ni de nadie, es un saber inservible.


También hay personas que, instaladas en el realismo ingenuo y asumiendo con indiferencia el mundo que les toca vivir, nunca se preguntan por nada. Para ellas, nada más absurdo que un saber que consiste fundamentalmente en interrogarse acerca de cuanto hay.   


Especialmente abundantes son aquellas personas que se acostumbraron a estar en minoría de edad, a que sean otras quienes dirijan su vida. Sea con normas religiosas, sociales, jurídicas o morales, estas personas gustan de esa cómoda existencia sin tener que asumir desde sí mismas ningún tipo de respuesta. Obviamente, no tienen necesidad de un saber que pueda incomodarles.


Si sucede que los criterios que se imponen en la ardua tarea de existir se reducen al aumento del bienestar material, todo saber que no esté orientado a esa tarea, carecerá de importancia. Para esta conciencia social utilitarista que domina en nuestra cultura, el saber filosófico no deja de ser una cuestión vocacional de personas excéntricas.


A veces hay personas que se preocupan, fundamentalmente en los días finales de su vida, por el significado de su vida y de su muerte. Pero esos momentos de angustia son sólo un instante, y también sólo en algunos casos, de una larga vida sin preguntarse si es posible que la vida o la muerte tengan algún significado. Nada ni nadie que pudiera plantearle tales cuestiones serán de su agrado. No lo será la Filosofía.


Cuántas veces habremos sabido y nos habremos encontrado con personas satisfechas, personas que afirman sentirse a gusto como están. Incluso las hay que, aún más allá, sostienen que es el medio social en el que su vida se desenvuelve el que permite que puedan tener esa plácida existencia. Para estas personas, preguntarse cómo hemos llegado a ser lo que somos, es una molesta pregunta cuya mejor solución es erradicarla. Eso es lo que piensan de la Filosofía.


Es verdad, no lo niego, que los otros se convierten en una fuente de sufrimiento, como también, en menor medida o si se prefiere, más fugazmente, pueden serlo de gozo. Pero quien sabe vivir, sabe adaptarse a esas circunstancias. Significa, por tanto, esfuerzo por comprender al otro. Y un significativo número de personas, hoy en aumento, sin embargo, prefieren concitar sus temores en una parte de los otros, a los que convierten en diferentes. Otros diferentes con los que expiar sus culpas y que actúa como sueño salvífico del infierno en que viven. Pero preguntarse por la existencia real de ese otro diferente, es preguntarse por la consistencia del sueño etnocentrista.


¿Quién teme a la Filosofía? Empezábamos con esa pregunta. Y hemos ido destejiendo algunos trazos: cualquier individuo que se identifique con alguno de los grupos mencionados, que no agotan todos los posibles, tiene sobradas razones para sentir ese temor. ¿Es usted uno de ellos?


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