sábado, 9 de marzo de 2013

Alternativas para construir otro modelo de sociedad: un frente político de fuerzas de izquierda, o un frente ciudadano y político para una democracia real, para una economía al servicio del ser humano.




En el movimiento ciudadano (15M, mareas, plataformas, Frente Cívico, etc) y las fuerzas políticas que apuestan por otro modelo de sociedad diferente al capitalismo, se han producido diferentes iniciativas tendentes a la construcción un frente común de todas ellas para superar la gestión neoliberal del capitalismo, mejorar la calidad de la democracia y avanzar hacia ese otro modelo de sociedad. El interrogante, o la dificultad, que sigo observando en las propuestas que he leído para avanzar hacia ese frente común, con énfasis diferente entre los calificativos de social, ciudadano o político, radica en la indefinición acerca de cómo abordar su constitución; es decir, la forma de llevarlo a cabo. Sobre quién debe componer dicho frente, hay cierto grado de consenso, con alguna fricción en el tratamiento de las cuestiones nacionales. Pero hay dos posiciones antagónicas para aplicarlo. La clásica, que es la más pragmática a corto plazo, sería reunir a todas las fuerzas políticas y sociales en torno a programas compartidos concediendo un peso a cada una de ellas en función de su presencia social; es decir la afiliación o seguidores de los que pudieran hacer gala. Es el modelo que, al menos teóricamente, Izquierda Unida pretendía seguir como coalición. Ampliado ahora a los movimientos ciudadanos y otras fuerzas políticas, en el que IU fuera una fuerza más, es el modelo que más he escuchado por quienes se encuentran preocupados por la respuesta antineoliberal más inmediata, tanto en movilizaciones como a nivel electoral con las próximas europeas.

Un frente político abordado así, en mi opinión tendría los siguientes inconvenientes: la estructura antidemocrática de los partidos, el aparato que los controla así como el poder que ambiciona ese sector instalado (los dirigentes), y la teórica función de vanguardia que cada partido cree poseer. En la competencia interna por el poder dentro del frente, los partidos coparían, se repartirían y dirigirían, dejando a los movimientos de meras comparsas estéticas con poder de atracción. Los movimientos ciudadanos, que de entrada es difícil que se sientan integrados, pero donde se produjera, se alejarían denunciando también la falta de representatividad y de democracia. En cuanto a movimientos, como el 15M, dudo que alguna vez decidan integrarse como una fuerza más entre otras fuerzas, ni tampoco la identificación exclusiva con las fuerzas de izquierda. Menos su manipulación. El 70% de la ciudadanía que hoy asume los planteamientos del 15M no apoyaría un frente hegemonizado por IU. Otro problema, aún no resuelto (a pesar de lo aprobado en la X Asamblea), es que en IU no todos asumen la necesidad de ese frente común, ni siquiera hegemonizado por su fuerza mayoritaria, el PCE, para construir otro modelo de sociedad, toda vez que siguen pensando en que cualquier alternativa de poder pasa por alianzas con el PSOE, partido que hace tiempo olvidó las políticas socialdemócratas para instalarse en el neoliberalismo.

En el otro extremo, el modelo consistiría en que la ciudadanía indignada se organizara, con formas de democracia directa y con participación individual, de manera que las fuerzas políticas no tendrían presencia colectiva sino tan sólo con sus militantes. Este modelo es el que, en principio, parece estar gestándose con el Frente Cívico Somos Mayoría. En principio, los aparatos partidarios parecen tener más recelo que otra cosa frente a la extensión del FCSM, pues es evidente la pérdida de protagonismo y poder que esto les supone; ello es una situación para la que no están preparados, ni históricamente ha sido así salvo hundimiento total de la fuerza política, tal como les pasó al PTE, MC o al PT carrillista, que acabaron integrándose en otros grupos o movimientos.

Sin embargo, no cabe duda que este aglutinamiento desde “abajo” y preservando en todo momento las formas de democracia directa, no tendría especiales obstáculos para ir incorporando a esa mayoría social indignada, esa mayoría que podría hacer valer la soberanía del pueblo. Todo movimiento teme perder su identidad, pero la propuesta de Anguita, tal como está formulada, no conlleva absorción o limitación de actividad de los demás grupos organizados del movimiento ciudadano. Evidentemente, es un proceso lento. Y las prisas ante el deterioro económico, social y político, quizá, demanden fórmulas mixtas, tal vez como las ensayadas en algunos países latinoamericanos (Venezuela, Bolivia, Ecuador…). En mi opinión, estos dos últimos modelos de frente común son las únicas vías que podrían convertirse en alternativa de poder, en ejercicio real de la democracia y soberanía del pueblo frente a los mercados y las oligarquías económico-financieras, supeditando la economía a las necesidades humanas, replanteando decididamente el proceso de construcción europea y dando fin a la unión monetaria.   


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