En el movimiento ciudadano (15M, mareas, plataformas, Frente
Cívico, etc) y las fuerzas políticas que apuestan por otro modelo de sociedad
diferente al capitalismo, se han producido diferentes iniciativas tendentes a
la construcción un frente común de todas ellas para superar la gestión
neoliberal del capitalismo, mejorar la calidad de la democracia y avanzar hacia
ese otro modelo de sociedad. El interrogante, o la dificultad, que sigo
observando en las propuestas que he leído para avanzar hacia ese frente común, con
énfasis diferente entre los calificativos de social, ciudadano o político, radica
en la indefinición acerca de cómo abordar su constitución; es decir, la forma
de llevarlo a cabo. Sobre quién debe componer dicho frente, hay cierto grado de
consenso, con alguna fricción en el tratamiento de las cuestiones nacionales.
Pero hay dos posiciones antagónicas para aplicarlo. La clásica, que es la más
pragmática a corto plazo, sería reunir a todas las fuerzas políticas y sociales
en torno a programas compartidos concediendo un peso a cada una de ellas en
función de su presencia social; es decir la afiliación o seguidores de los que
pudieran hacer gala. Es el modelo que, al menos teóricamente, Izquierda Unida
pretendía seguir como coalición. Ampliado ahora a los movimientos ciudadanos y
otras fuerzas políticas, en el que IU fuera una fuerza más, es el modelo que
más he escuchado por quienes se encuentran preocupados por la respuesta
antineoliberal más inmediata, tanto en movilizaciones como a nivel electoral
con las próximas europeas.
Un frente político abordado así, en mi opinión tendría los
siguientes inconvenientes: la estructura antidemocrática de los partidos, el
aparato que los controla así como el poder que ambiciona ese sector instalado
(los dirigentes), y la teórica función de vanguardia que cada partido cree
poseer. En la competencia interna por el poder dentro del frente, los partidos
coparían, se repartirían y dirigirían, dejando a los movimientos de meras
comparsas estéticas con poder de atracción. Los movimientos ciudadanos, que de
entrada es difícil que se sientan integrados, pero donde se produjera, se
alejarían denunciando también la falta de representatividad y de democracia. En
cuanto a movimientos, como el 15M, dudo que alguna vez decidan integrarse como
una fuerza más entre otras fuerzas, ni tampoco la identificación exclusiva con
las fuerzas de izquierda. Menos su manipulación. El 70% de la ciudadanía que
hoy asume los planteamientos del 15M no apoyaría un frente hegemonizado por IU.
Otro problema, aún no resuelto (a pesar de lo aprobado en la X Asamblea), es
que en IU no todos asumen la necesidad de ese frente común, ni siquiera
hegemonizado por su fuerza mayoritaria, el PCE, para construir otro modelo de
sociedad, toda vez que siguen pensando en que cualquier alternativa de poder
pasa por alianzas con el PSOE, partido que hace tiempo olvidó las políticas
socialdemócratas para instalarse en el neoliberalismo.
En el otro extremo, el modelo consistiría en que la
ciudadanía indignada se organizara, con formas de democracia directa y con
participación individual, de manera que las fuerzas políticas no tendrían
presencia colectiva sino tan sólo con sus militantes. Este modelo es el que, en
principio, parece estar gestándose con el Frente Cívico Somos Mayoría. En
principio, los aparatos partidarios parecen tener más recelo que otra cosa
frente a la extensión del FCSM, pues es evidente la pérdida de protagonismo y
poder que esto les supone; ello es una situación para la que no están
preparados, ni históricamente ha sido así salvo hundimiento total de la fuerza
política, tal como les pasó al PTE, MC o al PT carrillista, que acabaron integrándose
en otros grupos o movimientos.
Sin embargo, no cabe duda que este aglutinamiento desde
“abajo” y preservando en todo momento las formas de democracia directa, no
tendría especiales obstáculos para ir incorporando a esa mayoría social
indignada, esa mayoría que podría hacer valer la soberanía del pueblo. Todo
movimiento teme perder su identidad, pero la propuesta de Anguita, tal como
está formulada, no conlleva absorción o limitación de actividad de los demás
grupos organizados del movimiento ciudadano. Evidentemente, es un proceso
lento. Y las prisas ante el deterioro económico, social y político, quizá,
demanden fórmulas mixtas, tal vez como las ensayadas en algunos países
latinoamericanos (Venezuela, Bolivia, Ecuador…). En mi opinión, estos dos
últimos modelos de frente común son las únicas vías que podrían convertirse en
alternativa de poder, en ejercicio real de la democracia y soberanía del pueblo
frente a los mercados y las oligarquías económico-financieras, supeditando la
economía a las necesidades humanas, replanteando decididamente el proceso de
construcción europea y dando fin a la unión monetaria.
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