El Gobierno de Rajoy ha aplicado
una reforma laboral que facilita la precarización laboral y el despido, así
como la disminución del empleo en el sector público y la calidad del mismo.
Todo ello ha provocado que los salarios en este país estén ya al nivel que
tenían en 1885. La cúpula empresarial continúa insistiendo en la aplicación del
despido libre y aumentar aún más la reducción salarial y la jornada laboral.
¿Pero que se proponen las élites políticas y empresariales?
Si nos fijamos en las
declaraciones de los ministros responsables del área económica, también del hoy
jefe de Estado, el rey Borbón, las esperanzas de una recuperación de la
economía, que cifran a finales de 2013, están basadas en el comportamiento del
sector exportador. Esos son sus brotes verdes. Confían en que la tremenda
reducción de los salarios y el trato fiscal favorable permita un considerable
aumento de la competitividad de las mercancías que se destinan a la
exportación. Es decir, el modelo de producción de los países emergentes
asiáticos, el modelo de China.
El capital acaba de descubrir su Arcadia.
Hasta ahora se estigmatizaba ese país como comunista y cosas así. Sin ningún
tipo de evidencia (salvo lo que figura en los papeles oficiales chinos) se le adjudicaba un modelo de sociedad que, en rigor, nunca se ha dado, ni tan
siquiera cierta aproximación a las propuestas que sus principales teóricos
pergeñaron, en país alguno. Ha habido ensayos hacia el socialismo; pero nunca,
en ningún país, el comunismo ha sido una realidad social (quizá podríamos
admitir la breve experiencia en tierras aragonesas, durante la Guerra Civil, impulsada
por la CNT). De hecho, hablar de un Estado comunista es una contradicción en
sus términos, porque si hay Estado, no es comunismo (sociedad en la que ha
desaparecido el Estado).
En China se aplica un modelo de desarrollo capitalista basado en las propuestas neoliberales. Ni existe Estado del bienestar, ni regulación del mercado ni imposición progresiva a los ingresos. Las plusvalías y los beneficios empresariales se incrementan debido a una tasa de explotación basada en salarios de pobreza y prolongadas jornadas de trabajo. Su economía está orientada hacia la exportación y compite ventajosamente al poder ofrecer mercancías a precios muy inferiores a los europeos, por ejemplo. Y nuestros gobernantes, empresarios y banqueros, también pretenden que el sector exportador español actúe de la misma manera. Y como decía no hace mucho tiempo uno de los empresarios de éxito, la 4ª fortuna del país y dueño de Mercadona, Roig, los trabajadores/as españoles tenemos que trabajar como los chinos. Esa agresión a los salarios, para patronal de los grandes almacenes (ANGED), también conllevaría la desaparición de la antigüedad (cobro de trienios) y una de las pagas extras.
Pero ni siquiera es posible que el sector de la exportación actúe de dinamizador de
la economía. Y lo saben. Saben que ni podrán competir con las exportaciones de
los países emergentes, ni el sector de la exportación tiene el peso
significativo que posee en esos países. En realidad, a esos empresarios, les da
igual: habrán conseguido aumentar la tasa de explotación y, por consiguiente,
el aumento de plusvalías (que es lo que persiguen), al precio del empobrecimiento de la población
trabajadora. Pero ese enriquecimiento será a corto plazo, porque sin demanda interna, ellos mismos
caminarán hacia su propio suicidio.
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