sábado, 6 de octubre de 2012

El “pijo ácrata” del juez Pedraz, o la clase política que dio continuidad al Estado franquista.




El auto del juez Pedraz, por el que se archiva la denuncia contra los acusados del “25-S Rodea el Congreso”, ha puesto de manifiesto la homogeneidad y conjunción de intereses entre la clase política y, también, de los medios de comunicación (casi todos) que defienden su status y el sistema establecido. Todos al unísono han criticado que el juez haya argumentado, en defensa de la libertad de expresión de las personas concentradas en los alrededores del Congreso, que la protesta se basaba en la “convenida decadencia de la clase política”. Casi nadie, sin embargo, ha entrado en el hecho de la inexistencia de delito alguno como pretendía la policía en su informe. No olvidemos que a las personas citadas se les acusaba de pretender ocupar una de las instituciones del Estado; una falsedad más de las muchas que se han vertido contra el movimiento 25-S.

Ya desde este verano se lanzaron insinuaciones acerca de una supuesta extrema derecha que se encontraría tras los promotores de la iniciativa. El bulo se fue extendiendo con el beneplácito de todas la fuerzas políticas, que veían cómo el apoyo y simpatía que generaba la convocatoria de rodear el Congreso atentaba contra los privilegios que como clase política compartían. Ese bulo, como las acusaciones de golpismo comparando con el 23-F, sembraron confusión entre algunas personas que podían compartir los objetivos del movimiento. No obstante, la convocatoria siguió adelante y ya nadie duda, a pesar de los intentos por minimizar su impacto real, de que fue un éxito.

En efecto, gran parte de la ciudadanía del Estado es consciente de que la clase política, el orden constitucional, la forma de Estado y el modelo de democracia es el resultado de la transición pactada con los sectores aperturistas del franquismo para darle continuidad al Estado autoritario y preservar los intereses de la oligarquía. Pero además, con el desmantelamiento del incipiente y poco desarrollado Estado del bienestar que se está produciendo, al amparo de políticas neoliberales, para financiar la deuda generada por el descomunal negocio ligado al ladrillo y al sector financiero de la economía, se han agudizado las alarmas en la población. El sentimiento de ser considerados una mercancía en manos del capital y de no encontrarse representados por la clase política ha ido en aumento.

Por ello, el llamamiento a la apertura de un proceso constituyente estaba y está destinado a ser ampliamente compartido. Así lo entendieron también los poderes establecidos y así reaccionaron ante el previsible éxito de la convocatoria. No bastó con la infiltración policial entre los movilizados para provocar la excusa de la brutal represión a la que fueron sometidos. Querían más. Querían también que el poder judicial actuara al amparo del poder político con sentencias que desanimaran cualquier movilización en marcha. Pero no pudo ser. Esperaban del juez de turno que fuese fiel a los intereses del régimen y de la clase a la que presumían que representaba.

Y el juez, para sorpresa de muchos, se atiene a los hechos: una concentración pacífica, legal, que se limita a expresar su protesta alrededor de la institución que representa el poder político. Y para sorpresa de la clase política, entiende que esa protesta es consecuencia de un clamor que está en la calle, el de que la clase política no está al servicio del pueblo, que está “en decadencia”. Por tanto, ni hay ningún tipo de delito en lo acontecido en esa concentración y, además, parecen tener motivos sobrados para ella.

El arco parlamentario y las poderes fácticos se sienten dolidos. El pueblo se rebela y el juez entiende los motivos de la protesta. Desde la ultraderecha del sindicato “Manos limpias” (¿No estaba promovida la movilización por la extrema derecha?) a la izquierda, pasando por casi todas las opciones políticas, critican el juicio expresado en el auto. El portavoz del PP en el Congreso, desorientado, no entiende tamaña afrenta de quien consideraba de los suyos, de su clase social, y le reprocha ser un “pijo ácrata”. Curiosamente ningún representante político recuerda que los autos judiciales suelen estar motivados por consideraciones contextuales. Esa es la práctica habitual. Claro que hasta ahora ninguno había señalado a la clase política como causa de la protesta, de la movilización que esperaban que hubiese sido constitutiva de un delito. Y son sus privilegios los que están en juego.

Ladran, luego cabalgamos.

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