jueves, 27 de septiembre de 2012

Las movilizaciones del “25 S Rodea el Congreso” y la represión gubernamental ponen de manifiesto la gran quiebra del consenso constitucional. Hoy, aunque no lo sufrimos igual, somos muchas las personas que nos sentimos como tú, Ángel.

                                                                               

Es probable que muchas personas, pertenecientes al 25 % de la población española que vivió y pudo participar en los acontecimientos que rodearon la transición y desembocaron en la aprobación de la Constitución, se sientan con motivos y argumentos para defender el orden económico, social y político surgido de ella. Pero lo cierto es que una gran mayoría (75 % restante) no tiene por qué sentirse identificada. O tal vez sí. Pero habría que preguntarles. Mejor dicho, habría que dejarles ser protagonistas de un proceso similar; es decir, de un proceso constituyente en el que pudieran decidir sobre las mismas cuestiones que antes se decidieron. Cualquier otra consideración no es más que una fuga hacia delante de corte autoritario.

Y eso es lo que se vivió en la jornada del 25S. Cuando a la demanda de apertura de un proceso constituyente y la crítica a unos representantes políticos, elegidos en un sistema cuestionado por ser insuficientemente participativo y, por tanto, democrático, se reduce a la llana y pura represión, la quiebra entre la clase política y el Estado con un sector cada vez más amplio de la sociedad, nos sume en una crisis más profunda que  la crisis económica. Porque ahora de lo que hablamos es de una crisis moral y política.

La respuesta del Gobierno, de las fuerzas políticas que sostienen este modelo de Estado, ha consistido en un juego de guerra contra la más poderosa de todas las armas: la fuerza de razón. Frente a ella, han opuesto la razón de la fuerza. Y para ejecutarla, los estrategas de la guerra urdieron el plan: nos infiltramos entre los pacíficos manifestantes, incitamos a la violencia, provocamos y hostigamos a las fuerzas de orden público, y ya tienen las autoridades la excusa para ordenar la represión, el desalojo violento de los manifestantes de los alrededores del Congreso.

Pero se equivocan si con eso creen que ha ganado el actual modelo de Estado. Porque a ojos del mundo y de los cada vez menos crédulos ciudadanos/as del Estado español, han mostrado su verdadera faz, que es el ejercicio del poder bajo cualquier forma; en este caso, la más cruda, la que lo constituye en esencia: la violencia directa e indiscriminada contra el pueblo.

Porque, en efecto era una parte del pueblo la que pacíficamente se manifestaba. Desde que que anunciaron las movilizaciones, con sobrados argumentos para llevar al Congreso su protesta, el Gobierno y las principales fuerzas políticas iniciaron una calumniosa campaña de descrédito contra los promotores. Era la señal de que, carentes de argumentos, sólo les quedaba el recurso a la violencia, la represión de las movilizaciones.

Pero a la razón no se le puede vencer así. Gandhi murió asesinado por la irracionalidad de quien quiere imponer a toda costa sus criterios; nuestro compañero Ángel, sí nuestro, se encuentra gravemente herido, pero nosotros seguimos pensando que el pueblo tiene derecho a decidir su futuro y que una casta de privilegiados no pueden arrogarse el poder a perpetuidad. Podrán ampararse en el actual orden constitucional para mantenerse, persuadir con el control absoluto de los medios de comunicación y apoyarse en la violencia del Estado, pero nunca tendrán razón. Porque la soberanía reside en el pueblo y es al pueblo a quien compete, en un marco de plenas libertades, decidir sobre las normas que regulen la vida en sociedad. Es decir, es el pueblo, en condiciones de libertad, quien tiene que participar y decidir en un proceso constituyente cómo quiere organizar su vida, qué modelo de sociedad y qué Estado.

Las razones de Gandhi, las razones de Ángel, seguirán siendo más poderosas que toda la violencia que puedan oponer frente a ellas. Ángel, hoy nos sentimos indignados y sufrimos contigo, pero una cosa deben saber: nunca nos vencerán. Dicen que a los sueños no se les puede derrotar, pero nosotros añadimos: ni a los que viven y piensan, porque somos mayoría.

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