Durante los
últimos años de la dictadura se fue gestando una paulatina pérdida de apoyos,
por parte de la clase dominante, al moribundo régimen a la vez que se
intensificaba la oposición popular en favor de las libertades y la democracia.
Una parte de la burguesía, el sector social en el que se había basado la
dictadura de Franco, entendió que, para perpetuar una situación acorde a sus
intereses económicos y socialmente estable, era necesario pactar con la
oposición un modelo de democracia que estuviese homologado en Europa. La
oposición democrática, por su parte, aunque iba paulatinamente ganando implantación
en la sociedad, no conseguía la presencia mayoritaria necesaria para imponer el
modelo rupturista que algunas fuerzas políticas propugnaban.
En aquel
contexto, la negociación fue hábilmente dirigida por los aperturistas del
régimen negociando con fuerzas políticas de la oposición y anteponiéndose a
que las fuerzas populares y representativas de las clases trabajadoras adquiriesen
mayor protagonismo e impusieran las tesis de la ruptura democrática con la dictadura. Finalmente,
los partidos de izquierda entraron en la negociación y aceptaron el modelo de
transición, que no era más que el resultado de la correlación de fuerzas
existentes en ese momento. La hegemonía social de la burguesía y de las fuerzas
provenientes del franquismo dio lugar, con la vigilante tutela del ejército, a
la imposición de la monarquía, al modelo territorial basado en las Autonomías, el
Parlamento, la ley de Amnistía y la ley Electoral, la Constitución y el
incipiente Estado del bienestar.
Las
generaciones que vivieron y pudieron participar en aquellos acontecimientos,
fueron las generaciones nacidas antes de los años 60. De esta manera podemos
decir que la población española nacida después del 60, así como la
nacionalizada procedente de otros países, son generaciones ajenas a aquel
proceso de transición. Y esta población, a 2012, supone la mayoría del Estado
español.
Ahora bien, la
pregunta que nos hacemos hoy, es si lo que nació en una determinada relación de
fuerzas y con una población que es minoritaria en la actualidad, conserva la
legitimidad para mantenerse en el futuro. Esto es lo que precisamente se está
cuestionando desde movimientos tan diversos como el movimiento 15-M, los
nacionalismos periféricos, movimientos cívicos, sindicales y otros.
Especialmente significativo han sido en las movilizaciones de jornaleros
andaluces, del soberanismo catalán o las protestas sindicales en Madrid. En
todas ellas podemos encontrar la insuficiencia del marco constitucional para
dar la respuesta adecuada a las demandas sociales. Ni el modelo territorial que
se reclama, ni el desarrollo del Estado de bienestar, la democracia
participativa y el sistema electoral o la autonomía para tomar decisiones en
materia económica, están debidamente garantizados en la Constitución; y ni el
Estado ni los representantes de la soberanía popular muestran capacidad para
ofrecer respuestas válidas a la población.
La monarquía,
surgida desde el franquismo para darle continuidad al Estado, no fue sometida a
referéndum popular, de manera que el pueblo no ha podido decidir entre otras
formas de Estado. Así, por el carácter antidemocrático de la institución, por
legitimarse en el propio franquismo y por los privilegios de que goza, también
está siendo cuestionada por nuevas generaciones de ciudadanos/as y quienes ya
no aceptan la imposición efectuada en el pasado.
Pero también
la revisión de este pasado reciente se encuentra con obstáculos producto de la
transición. Ni se puede recuperar la memoria de las víctimas del franquismo ni juzgar a los
responsables de los delitos cometidos. La historia continúa siendo la historia
de los vencedores de la Guerra Civil.
En este
contexto, la apertura de un proceso constituyente se torna en una necesidad
cada vez más sentida por la población. Así, diversos movimientos ciudadanos
tienen convocados para el día 25 de septiembre diversas movilizaciones con este
fin, pero que, sin duda, lo más llamativo es la concentración alrededor del
Congreso para exigir el nuevo proceso constituyente. En definitiva, se trata de
liberar la democracia de las limitaciones con las que nació y de las que ha ido
adquiriendo a la sombra de lo poderes fácticos y las instituciones financieras
de Europa.
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