Desde los años
80 del siglo pasado en los que el neoliberalismo como ideología dominante se
extendió por Europa, irradiado desde la Gran
Bretaña de M. Tatcher, es recurrente entre la clase política
la advertencia de que el sistema público de pensiones se encuentra en situación
insostenible. Y ello ha servido para que se realicen diferentes reformas
tendentes a disminuir las cantidades que se perciben, bien porque se reduce la
cuantía, bien porque se amplían los períodos para su cómputo. O como en esta última
reforma, también, dando un salto atrás en tiempo, prolongando la edad de
jubilación.
Pero tras el
argumento de encontrarnos en un sistema descompensado, según el cual la
relación entre personas trabajando y pensionistas paulatinamente se desplazaría
a favor de estas últimas, lo que se ha interpretado como que,
proporcionalmente, una menor cantidad de cotizantes y, por tanto, de dinero,
tendría que pagar a una cada vez mayor parte de personas beneficiarias. Esta situación
haría imposible el mantenimiento del sistema así configurado.
Aparte de las
mediadas anteriormente expuestas, a saber, reducción de cuantías y prolongación
de la edad de jubilación, vienen aconsejando insistentemente el que cada
ciudadano complemente su futura pensión suscribiendo pólizas de pensiones con
las aseguradoras privadas. Esta recomendación ha sido ampliamente difundida
desde los centros de poder, económico, financiero y político, con el beneplácito
seguimiento de los medios de comunicación.
Pero tras ella
se esconden enormes falacias que no pretenden más que ocultar la verdad. En
primer lugar, noes verdad que sean los trabajadores y trabajadoras cotizantes
quienes mantienen el sistema de pensiones. La pensión es un derecho que percibe
el o la pensionista tras haber cotizado a lo largo de su vida laboral. Por
tanto, nadie mantiene su pensión. Ese derecho lo recibe como si hubiera estado
cotizando a una aseguradora privada. Pero en este caso lo hace al Estado. Caso
diferente es el de las pensiones no contributivas. Estas pensiones no contributivas que otorga
el Estado pueden tener como fuente de financiación los impuestos de los que el
Estado se nutre para el sostenimiento de los gasto. Es un gasto social que la
ciudadanía admite por solidaridad con las personas que no pudieron cotizar a lo
largo de su vida por carecer de un trabajo remunerado. Nadie negaría, por ejemplo, esa
posibilidad a las numerosas amas de casa que se encuentran en esa situación al
llegar a la edad de jubilación.
Hay quienes
argumentan que el Estado puede estar utilizando esos fondos destinados a las pensiones
para otros gastos y que, llegado el caso, no pudiera hacer frente a sus
obligaciones de pago. Pero para estas situaciones, el Estado, dispone de mecanismos para obtener
el ingreso necesario, vía impuestos o reducción de otros gastos, antes que hacer
dejación de esa obligación previamente asumida con todas la personas que han
estado cotizando hasta ese momento. Y es responsabilidad del Estado procurar
que la disponibilidad de tesorería sea la adecuada para el número de pensionistas existente en cada momento.
Incluso atendiendo a las posibles desviaciones.
Y mayor
falacia es aún pensar que un fondo privado de pensiones sí que puede garantizar
ese derecho a la jubilación digna. Si es imposible que, por esencia, un Estado
quiebre, no lo es en el caso de un fondo privado. El Estado no tiene por función
especular con el dinero recibido para aumentar las plusvalías, objetivo de los
fondos privados de pensiones. Por eso, estos fondos, en tiempos de crisis, sí pueden
entrar en situación de pérdidas y no poder hacer frente a las obligaciones
contraídas con las personas que suscribieron las pólizas de seguros. Ese riesgo,
y las condiciones elevadas que imponen las aseguradoras privadas que aspiran a
la obtención de beneficios con ellas, se lo podrán permitir las personas de
mayor poder adquisitivo, pero no la mayoría de la población. El Estado, por su
contra, ni busca la obtención de beneficios ni la especulación con los fondos,
sino garantizar el derecho a la jubilación de toda la población. Por eso el sistema público es un sistema justo
y solidario. El ataque contra él por parte de los voceros de la gestión neoliberal al que asistimos estos días, responde únicamente a los
intereses y voracidad de la oligarquía financiera, que ve en la
gestión de ese ahorro una oportunidad para continuar con sus negocios
especulativos, aumentando así el control y poder global de la economía y los mercados.
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