Aunque no es una partida de
ajedrez, sí podemos entender los actos de protesta convocados por la Coordinara
25S para pedir la abolición de la monarquía y la apertura de un proceso
constituyente, como un movimiento más de la ciudadanía -en ese juego- para conseguir la
soberanía, la democracia, frente al poder de las élites económico-financieras y
las instituciones políticas que los representan. Entre ellas, y en la cúspide,
se encuentra la monarquía hereditaria de los Borbones.
Este “jaque al rey”, como se
denomina la convocatoria, no será un jaque mate. Pero a este movimiento de
piezas, seguirán otros. No podemos saber cuándo terminará la partida, pero si finalmente no gana la ciudadanía y se imponen las élites y sus instituciones,
la democracia será una entelequia (ya lo es) también en nuestro país. Mientras las clases
trabajadoras sean tratadas como mercancías, la juventud esté sin futuro y la pobreza
en crecimiento, la libertad real, la libertad de tener el control sobre la
propia vida (libertad positiva) no existe para la mayoría de la población; y sin
libertad no hay democracia, ni las instituciones representan a esa mayoría.
Las instituciones, que tan bien
reflejan el dominio de las élites, y una clase política
parasitaria del dinero público y la corrupción al servicio de los poderosos,
tienen en el vértice de la pirámide a la monarquía borbónica, institución antidemocrática
por sí misma. No lo es porque la democracia sea una quimera, sino porque la
monarquía es por su propia naturaleza una institución del Estado que se sitúa
al margen de la decisión y control del pueblo que dice representar. Además, el depositario de la
corona en el Estado español fue nombrado por el dictador fascista Francisco
Franco. Y con la amenaza de la intervención militar, muchos ciudadanos/as se
vieron obligados, en el 78, a votar una constitución –que proclamaba la
monarquía hereditaria como forma de Estado- pactada en la negociación con los
poderes fácticos durante la transición.
Han pasado 35 años desde entonces;
y en la actualidad, la inmensa mayoría de la población, como todos los menores
de 55 años, no participó en aquella farsa (de los que pudieron participar,
tampoco todos lo hicieron o la aprobaron). Por tanto, la apertura de un proceso
constituyente significa, en primer lugar, deshacerse de las instituciones no
democráticas, como la monarquía. Después, dotarse de los procedimientos de
participación adecuados para que sea la propia ciudadanía quien decida
directamente sobre la norma constitucional que podrá regir democráticamente su
futuro.
Y esta partida puede ganarse. La historia
no se para. Los pueblos y la democracia podrán avanzar o retroceder. Pero hoy
podemos dar una jugada más, un jaque, hacia la soberanía y el autogobierno del
pueblo. Luego habrá más movimientos.