miércoles, 28 de agosto de 2013

Desprecio de la clase política, elogio de la política. A propósito del irresistible avance de la abstención en la intención de voto.



La situación política que se vive en este país empieza a señalar a la “clase política” y las instituciones del Estado, junto al paro, como uno de los principales problemas que padece la población. Y no faltan razones para entender tal descrédito: no hay institución o fuerza política en la que la corrupción, el nepotismo o el sistemático incumplimiento de promesas esté presente.

El efecto de todo ello es la desafección de un cada vez mayor número de ciudadanos/as del ejercicio de la política, y que los sondeos muestren un escaso apoyo directo a las fuerzas políticas, un ascenso de indecisos/as, voto en blanco y, fundamentalmente, de la abstención para próximas consultas electorales. ¿Significa esa actitud un alejamiento de la política?

A ninguna persona que se le preguntara sobre el desinterés o aparente regreso a la privacidad, al margen del grado de rechazo que le cause la actividad de los profesionales que ocupan las instituciones y los aparato de los partidos, se le ocurriría responder que estaba dispuesta a renunciar a su condición de ciudadana. Y si se le pidieran explicaciones del porqué, es bastante probable que balbucearan que la condición de ciudadana es la que les asegura ciertos derechos así como la posibilidad de intervenir en los asuntos públicos, al menos en aquellos que entiende que le afectan directamente.

En efecto, lo que se manifiesta como intuición, responde a las dos tradiciones que están en la raíz del concepto de ciudadanía. La raíz griega es la que entiende que una persona sería ciudadana en la medida que puede participar en los asuntos de su comunidad, en los asuntos públicos. La raíz latina, sin embargo, es la que ha sustentado que la condición ciudadana es un compromiso por el que el Estado reconoce y protege una serie de derechos. En ambas tradiciones, a cambio de unas obligaciones con respecto a la comunidad.  

Por tanto, sólo se puede obtener la ciudadana en el seno de una comunidad política; y una comunidad política no puede constituirse sin personas que sean consideradas como  ciudadanas. En sentido amplio, la política ya no sería tanto el arte de gobernar, sino el de ejercer como ciudadana en la comunidad política. Y si la desafección hacia la condición ciudadana no existe, no puede hablarse de rechazo a la política.

Cuando se advierte desde los dirigentes (y afiliados/as también) de los partidos políticos lo peligroso que puede llegar a ser para la democracia el que se incremente el rechazo a la política, sospecho que, lo que se está pensando, es en lo que puede suponer de riesgo para sus propios privilegios el que se cuestione el modelo establecido.  

Desde los movimientos ciudadanos/as, desde el 15M, las mareas ciudadanas, el 25S el movimiento antideshaucios, el FCSM, etc., como partes más avanzadas del movimiento de rechazo al sistema político y a la clase política, se está reivindicando la democracia participativa y el reconocimiento de derechos individuales y colectivos frente a los mercados, contra los privilegios de la las élites políticas, económicas y financieras. Eso es en realidad la expresión del sentido republicano de la democracia, de la política, que estuvo desde los orígenes en Grecia y en Roma. Esa es la movilización que con simpatía percibe la mayoría de la opinión pública y que puede suponer la regeneración de la democracia, un futuro de esperanza frente al agotamiento del régimen monárquico y la partitocracia instituida en la Transición.


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