Como ha sucedido en varios países
latinoamericanos y europeos, también en el seno de la sociedad española han
surgido diferentes movimientos
ciudadanos al margen de los partidos políticos tradicionales, reivindicando una
mayor calidad de la democracia y exigiendo que la economía se ponga al servicio
del ser humano.
Pero la necesidad de profundizar
en los cambios que se demandan entre los movimientos implicados sitúa, hoy, el
debate en la posible conveniencia de alcanzar las instituciones representativas
del poder político. No hay duda de que la ciudadanía tiene que ser el grupo de
presión mayoritario que frene y se imponga sobre el poder de la banca, de los
poderes económicos y políticos, sino que, además, como hizo, por otra parte el
propio poder financiero, se trataría de asumir directamente el ejercicio del
poder político a partir de la concurrencia en el juego electoral. Y en este
contexto, los partidos políticos van quedando al margen.
¿Es una revuelta de la sociedad
civil frente al Estado? No responde con exactitud a lo que clásicamente se ha
entendido por ambas esferas del espacio público y la relación que entre ellas
debía establecerse. En primer lugar, porque si aceptamos que la sociedad civil
es el conjunto de mecanismos de coordinación social no dependientes del sistema
administrativo estatal, entonces, pueden incluir los pertenecientes a la
actividad económica. En la tradición liberal clásica, con A. Smith, primaba la
consideración de la sociedad civil como sociedad comercial, en la que los
individuos se relacionan persiguiendo su propio interés y el mercado, como
lugar de libre intercambio de bienes y servicios (dirigido por la mano
invisible), actuaría fomentando el mutuo beneficio. También, desde Hegel, la
sociedad civil se ha considerado como la esfera en que los individuos actúan y
para satisfacer sus necesidades utilizando a los demás como medios para sus propios
fines, integrando la economía, las relaciones laborales, asociaciones
gremiales, etc. Si en el primer caso (Smith), el Estado debía preservar el
libre funcionamiento de la sociedad civil (basado en la propiedad privada y la
economía de mercado), en el segundo (Hegel), el Estado debía intervenir a fin
de asegurar las necesidades y el funcionamiento de una sociedad incapaz de
organizarse por sí misma y proporcionar el progreso social. Como vemos, a tenor de estas
tradiciones acerca de la sociedad civil, hoy no podría entenderse el
enfrentamiento de los movimientos ciudadanos estrictamente como una rebelión de
la sociedad civil frente al Estado.
Pero, en segundo lugar, también
se ha interpretado la sociedad civil como ámbito diferente de la actividad económica
y del Estado, formando un sistema de mediaciones regulado por principios de
solidaridad. Ha sido el filósofo alemán J. Habermas uno de los que más ha
insistido en considerar la sociedad civil como la trama de relaciones y
asociaciones sustentadas por lazos afectivos, identitarios o proyectos comunes
(como la familia, las religiones, asociaciones culturales, vecinales, ONGs,
etc.), un espacio de cooperación diferente del poder económico y del poder
estatal.
Aceptando este sentido, entonces,
a lo que asistimos es a una revuelta, no de la sociedad civil, sino desde ella
misma. Es en ese espacio público, libre de la coerción estatal y los intereses
económicos, donde se está generando una opinión pública independiente basada en
la deliberación y participación, y desde la que se trata de controlar el poder
político cuestionando su legitimidad.
Los partidos políticos
tradicionales (y los sindicatos oficiales), en la medida que su actividad está
fuertemente profesionalizada y sus aparatos forman parte de la clase
política institucionalizada, quedan fuera del movimiento emergente de la
ciudadanía. Y las fricciones con
aquellas fuerzas políticas que asumen en gran parte las reivindicaciones
ciudadanas, fundamentalmente las de izquierdas (y ecologistas que han asumido
la estructura vertical y burocratizada, previa a la aspirada
profesionalización), son inevitables.
Por tanto, rigurosamente, no es
la sociedad civil la que se rebela, pero sí desde ella. Desde ella surgen
asociaciones, plataformas, mareas, etc., que asumen que el poder económico y
político (y la puerta giratoria que lleva de uno a otro) son los causantes de
la debilitación de la democracia y el empobrecimiento de la ciudadanía. En
estos movimientos, que piden poner fin al modelo democrático surgido en la
transición, la configuración de un amplio frente cívico como alternativa de
poder, que empieza a gestarse y sentirse como una necesidad, puede ser una
realidad en próximas contiendas electorales.
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