miércoles, 3 de abril de 2013

La apertura de un proceso constituyente, y la República como forma de Estado, es la aspiración consecuente de un demócrata.






Este 14 de abril conmemoramos el 82 aniversario de la proclamación la de la 2ª República. Tras el golpe de Estado militar y los tres años de Guerra Civil, sufrimos la larga noche de la dictadura franquista que empezó a morir a finales de 1975 con la desaparición física del dictador. Entonces se inició un proceso de transición    para el que el dictador había dejado “todo atado y bien atado”. La Monarquía impuesta por el general Franco como forma de Estado dio continuidad a la hegemonía del bando de los ganadores de la fraticida guerra.

Conducida por los sectores que dominaban el aparato de Estado, desde el Movimiento Nacional, se produjo el acercamiento hacia las principales fuerzas políticas organizadas en la débil oposición para alcanzar un pacto que permitiera unas elecciones homologadas en Europa. A tal fin se introdujeron las reformas necesarias sin que supusieran la ruptura con el régimen fascista anterior. La transición continuó con las elecciones de 1977 y, finalmente, con el referéndum que permitió la aprobación de la Constitución en 1978.

Los sectores sociales dominantes en la anterior etapa continuaron su situación privilegiada en la naciente democracia. La forma Estado tuvo continuidad en la Monarquía centralista, manteniendo el poder oligárquico de las mismas minorías e imponiéndose un escrupuloso silencio sobre la represión y crímenes del pasado. Los aparatos del Estado y el poder judicial permanecieron intactos mientras se consolidaba una partitocracia, apoyada desde la propia constitución y la ley electoral, que permitiría el establecimiento de la clase política y que garantizase el statuo quo económico sin que pudiera desarrollarse el Estado del bienestar, tal como había sucedido en los países que entonces conformaban el núcleo central de Europa. Los privilegios de la minoría dominante permanecieron intactos, aumentando su poder y la desigualdad económica en el país desde entonces. La Iglesia católica, aliada del régimen anterior, continuó su intromisión en la esfera del Estado sin apenas revisión.

Herederos de aquella transición, hoy, se vive un panorama desolador en todas las instituciones del Estado, a la par que aumenta la desigualdad social y crece la desafección de la población respecto al poder político. El exceso de poder acumulado por unos pocos, las minorías económicas y financieras (grandes empresas y bancos) y la clase política, ha acabado por sobrepasar los límites que el Estado de derecho impone. Desde el propio monarca y la familia real, pasando por el Gobierno y los representantes parlamentarios, la corrupción amenaza por cualquier esquina. No hay institución sobre la que no recaiga alguna sospecha y en los tribunales se acumulan las imputaciones. Hasta los sindicatos oficiales, que han sido un bastión importante para consolidar una política regresiva hacia las clases trabajadoras, se encuentran entre las instituciones beneficiadas por el Estado y encausadas por posibles corruptelas.

Aquel modelo de transición, y la Constitución resultante, pudo responder a la correlación de fuerzas existentes en aquellos entonces, pero hoy no representan a la mayoría de la población. Sólo una exigua minoría de la actual población viva participó en aquel referéndum que la aprobó. La monarquía, que aparecía escondida en el articulado del texto constitucional, impidiendo que la población pudiera pronunciarse sobre la forma de Estado, es decir, entre Monarquía o República, carece ya de la escasa legitimidad con la que nació.

En consecuencia, lo que desde la ciudadanía se reclama con más fuerza cada día, es la apertura de un proceso constituyente y la implantación de la República como forma de Estado. Es decir, dar fin a la continuidad del franquismo prolongado en la transición, en el modelo de sociedad y de Estado configurados desde entonces, para implantar la democracia como autogobierno del pueblo. Esto es, simplemente, una aspiración de cualquiera que se considere demócrata.


2 comentarios:

  1. Bueno, Paco,vayamos por partes.Parecería que quien no sea republicano,no es demócrata y eso es mucho decir.También me parece que eso de "autogobierno del pueblo" no suena mal,pero qué quieres que te diga... yo ya estoy escarmentado y,aunque la esperanza sea lo último en perderse,no me pidas fe.Otro pequeño problema que veo es el de los mimbres para ese canasto:como no los traigamos del extranjero...porque aquí tenemos lo que tenemos y no hay más cera que la que arde.La forma del Estado no es como una palabra mágica que con solo decirla e implantarla soluciona todos los problemas.Tampoco creo que en una República desaparecieran los privilegios de determinadas minorías,ni la partitocracia, ni el poder de la Iglesia,ni nada de nada.Personalmente creo que nos traería más problemas que soluciones y que tenemos lo que nos merecemos(sí,sí,ya sé,ya sé) Pero,en fin,está claro que la situación en España es insostenible,inmoral,corrupta,vergonzosa y de todas-todas inaceptable.Así que algo habrá que hacer:o limpieza a fondo o República José Manuel Leal

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  2. José Manuel, gracias por el comentario.

    Si pensamos que un demócrata es una persona que aspira que las instituciones públicas estén regidas por representante elegidos por el pueblo; por tanto, democráticamente, tal requisito no lo cumple una monarquía hereditaria. Evidentemente, puede haber demócratas que transitoriamente hayan suspendido sus principios y acepten otras formas de representación estatal. Pongamos por caso la monarquía impuesta por el dictador como forma de avanzar en lo que dimos en llamar la Transición. Pero lo que sostengo, es que aquellas condiciones están más que superadas y que, en gran medida, el deterioro de las instituciones y la corrupción generalizada, son consecuencia de aquel modelo. Y ser republicano, no es una cuestión de espacio ideológico (derechas-izquierdas), sino de ser o no ser demócrata.

    Con esto tampoco pretendo decir que todos los problemas se vayan a resolver con la instauración de la República como forma de Estado. Pero al menos, al jefe de Estado lo elegiremos entre la ciudadanía y su mandato será limitado en el tiempo. Será el pueblo quien se equivoque o quien acierte en sus preferencias. Respecto a la particocracia y la ley electoral, los privilegios de las minorías, la separación Iglesia-Estado, la independencia del poder judicial, la ley de la amnistía (que impide la revisión del pasado), etc., al abrirse un proceso constituyente, ahora ya sí libre, sin las imposiciones del franquismo, podría replantearse lo que en aquellos momentos de la transición no pudo hacerse. ¿Qué todo ello supondrá problemas? Cierto, pero en democracia, para eso está el pueblo y las consultas electorales. Y todo podrá mejorarse o no, pero será decisión del soberano: el pueblo.

    De todas formas, en el peor de los casos, difícilmente podría irnos peor que ahora. Y encima, sin que hayamos podido decidir y aún continuemos en las mismas. Seguiremos hablando.

    Te envío el enlace de un artículo de Pitarch (ex UMD) que acabo de leer hablando sobre lo mismo.

    http://www.cronicapopular.es/2013/03/delenda-est-monarchia-por-un-pacto-constitucional-republicano-de-dignidad-y-justicia/

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