viernes, 26 de abril de 2013

Lleno absoluto del salón de actos de la ETSI en la conferencia del profesor J. Torres. Enlace al vídeo.




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Un accidente de tráfico sufrido por Vicent Navarro, que no supuso nada importante más allá de unos rasguños, impidió que pudiera estar en el acto organizado por la fundación José Saramago ayer día 25. No obstante, las expectativas generadas por la presencia de los conferenciantes se vieron más que colmadas con la excelente e instructiva conferencia de Juan Torres.

Con un lleno absoluto del salón de actos de la escuela Técnica Superior de Ingeniería de Edificación, y muchas personas que se quedaron sin entrar pero que pudieron seguir la conferencia desde las salas contiguas, el profesor J. Torres analizó la situación económica, las causas de la crisis y el enorme poder de los amos del mundo en esta economía de casino en la  que nos encontramos instalados. Sostuvo que esos puñados de personas, que tienen nombres y apellidos, que imponen la política que interesa al capital financiero, y que la ceguera, de la que también hablaba J. Saramago, impide a la mayoría de la población darse cuenta de que en la profunda desigualdad económica existente, reside la crisis del sistema capitalista. Acusó a nuestros gobernantes, actuales y anteriores, de no defender los intereses nacionales e imponerse a los banqueros, bien representados en las instituciones europeas.

Agotado el modelo de la transición, y ya planteando las alternativas para un empoderamiento de las clases populares, J. Torres propuso la movilización y organización de amplios frentes ciudadanos que se conviertan en alternativa real de gobierno.

Sirva esta breve introducción para escuchar en el siguiente enlace la conferencia, que terminó con el canto del “Grándola Vila Morena”, símbolo de aquel 25 de abril, el de la Revolución de los Claveles, en el que el pueblo portugués acabó con la dictadura militar que padecía.


Conferencia de Juan Torres en Granada el día 25 de abril sobre el terrorismo financiero.


sábado, 20 de abril de 2013

La fundación J. Saramago organiza en Granada una conferencia sobre el terrorismo financiero con los profesores V. Navarro y J. Torres.

                                                                             
                                                                                   
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Han pasado 39 años desde que el 25 de abril buena parte del ejército acudió al socorro del pueblo portugués para, conjuntamente, acabar con una de las últimas dictaduras de la Europa occidental (quedaba la española). Aquella incruenta revolución, donde la ciudadanía recibió a los soldados y capitanes con el hermoso gesto de colocarles un clavel en la boca del fusil, supuso una bocanada de esperanza en los pueblos de la península ibérica acerca un futuro democrático tras década de fascismo. Llegó la democracia a Portugal y, un año más tarde, se iniciaría la transición en el Estado español. Pero las esperanzas se han ido desvaneciendo con el advenimiento de una clase política que se ha puesto al servicio de los intereses de la oligarquía financiera de Europa en un silencioso golpe de Estado propiciado por los mercados sobre los pueblos de la península.

Coincidiendo con la efemérides de la Revolución de los Claveles, de la que el escritor portugués y premio Nobel, José Saramago, fue un entusiasta protagonista, la fundación que lleva su nombre organiza para el día 25 de este mes de abril una conferencia sobre terrorismo financiero. Los conferenciantes serán los profesores Vicent Navarro y Juan Torres. Ambos autores, expertos en lo que podríamos llamar la economía crítica y políticas públicas, con un inusual rigor científico han analizado la actual crisis del capitalismo, sus causas y las políticas alternativas para superar la situación sin que sean los pueblos, las clases populares, quienes paguen por los excesos del capital financiero. Con acierto han señalado cómo las enormes plusvalías generadas en los años de crecimiento económico y la desigual distribución de la renta, concentrada en el reducido sector de los muy ricos, aumentando las diferencias sociales respecto a las clases trabajadoras, son la causa estructural de fondo de la crisis del sistema.

Frente a la ceguera de las políticas neoliberales, basadas en la austeridad y el desmantelamiento del Estado del bienestar como fórmulas para reducir los déficits, así como la reducción directa (además de la diferida, con la pérdida de servicios públicos) del valor de la fuerza de trabajo con las sucesivas reformas laborales, esperando que el aumento de la competitividad pueda albergar alguna salida a la crisis, los profesores Navarro y Torres han advertido del callejón sin salida a que estas políticas nos conducen. Sin demanda interna y sin un sector público que corrija las desigualdades, cualquier hipotética salida de la crisis, será siempre a costa de un enorme empobrecimiento los sectores populares y retrocediendo en conquistas sociales, un regreso años atrás en nuestra historia. Para un crecimiento sostenible, tiene que ser el Estado quien asuma la responsabilidad de recuperar la soberanía frente a las instituciones europeas y el BCE, quien detraiga los recursos necesarios de los sectores económicos y financieros privilegiados para construir otro modelo de sociedad más humano, más social y más sostenible.

Frecuentemente silenciadas las voces críticas con la ortodoxia neoliberal (no serán invitados a las tertulias radiofónicas o televisivas, no publicarán en los grandes medios de difusión -y persuasión-, sus textos pasarán desapercibidos por el oficialismo y la academia…) es una magnífica ocasión, esta que nos brinda la fundación José Saramago, de escuchar lo que estos economistas y profesores comprometidos con su tiempo podrán decirnos sobre el golpe de estado financiero que los pueblos europeos estamos padeciendo.

Vicent Navarro ha sido catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España.

Juan Torres, economista, es escritor y miembro del Consejo Científico de Attac España. Es Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Mantiene la página web Ganas de Escribir y coordina la página web dedicada a información económica altereconomia.org.

Ambos autores tiene una amplia bibliografía publicada, incluidas algunas obras escritas conjuntamente (“Los amos del mundo”, “Las armas del terrorismo financiero”), y también con otros autores, como con Alberto Garzón (“Hay alternativas”, libro que se encuentra en formato digital y al que se puede acceder gratuitamente, por ejemplo en http://www.vnavarro.org/wp-content/uploads/2011/10/hayalternativas.pdf ).

sábado, 13 de abril de 2013

14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República. El papel de la monarquía en los tiempos actuales (artículo del profesor V. Navarro).


Aprovechando la efemérides de la proclamación de la II República, me disponía escribir nuevamente sobre la necesidad de que se abriera un proceso constituyente que supusiera el final del régimen monárquico. A grandes rasgos ya lo había expuesto en la entrada anterior, pero ahora quería insistir en el papel de la monarquía en los momentos actuales. Justo en esos instantes me llega por correo electrónico este artículo del profesor Vicent Navarro, que reflexiona magníficamente sobre ello. Lo transcribo literalmente.



La monarquía, centro del ‘establishment’ español

 

Vicenç Navarro
Hoy estamos viendo en España, incluyendo en Catalunya, la crisis más profunda que haya existido desde el momento de la Transición, crisis que no es sólo financiera y económica, sino también política. La crisis de legitimidad del sistema representativo es profunda, como muestran varios indicadores, siendo el más significativo el elevado acuerdo existente entre la población con el eslogan, enunciado inicialmente por el movimiento 15-M, de que los políticos que nos gobiernan y constituyen la clase política gobernante “no nos representan”. Tal pérdida de apoyo popular y cuestionamiento de su legitimidad, incluye desde la Corona y el Congreso de los Diputados (y el Parlament de Catalunya) hasta los distintos componentes del Estado español, sea éste central, autonómico o local. Contribuyendo a esta situación, existe la protesta ciudadana, resultado de una mayor y creciente exigencia democrática y consecuente rechazo a la corrupción, que se percibe que está generalizada entre la clase política gobernante- Tal rechazo está bien definido en el eslogan, también del movimiento 15-M, que indica que “no hay pan para tanto chorizo”. Tal percepción de la existencia de corrupción es extensa y afecta a todas las instituciones del Estado, desde la Corona hasta los distintos niveles de la administración pública, tanto central y autonómica, como local o municipal, percepción de corrupción que es incluso más acentuada en el mundo financiero y gran empresarial, cuya excesiva influencia sobre la clase política es una de las causas de la baja calidad de la democracia española. Un indicador de tal influencia son las políticas de austeridad, con recortes de derechos sociales y laborales, impuestas a la población, tanto por el gobierno conservador español, como por el gobierno conservador catalán, políticas que no tienen ningún apoyo ni mandato popular, pues no estaban en las propuestas y programas electorales de los partidos gobernantes.

La Transición inmodélica, causa de la enorme crisis política
Esta situación de crisis financiera, económica y política no puede explicarse sin remontarnos a nuestra historia. El presente es fruto directo del pasado. Y este pasado nos señala los siguientes hechos:

1. La limitada democracia española, que se expresa en las limitadísimas oportunidades que tiene la ciudadanía en la gobernanza del país (limitándose a votar cada cuatro años) y en sistemas electorales escasamente representativos (muy poco proporcionales), es fruto del enorme dominio que las fuerzas ultraconservadoras tenían sobre el aparato del Estado y sobre los medios de información y persuasión en el momento de la transición de la Dictadura a la Democracia.

2. Tal proceso fue profundamente inmodélico, pues fue resultado de un enorme desequilibrio de las fuerzas políticas en aquel proceso. La nomenclatura procedente del Estado dictatorial (que controlaba todas las ramas del Estado, desde el ejecutivo al legislativo, así como el judicial, policial y fuerzas armadas) era enormemente fuerte, y su cúspide era la Monarquía, máxima autoridad en todas las ramas del Estado. Las izquierdas (que habían liderado el movimiento democrático) por el contrario, eran débiles y no pudieron canalizar la enorme protesta popular que había forzado el fin de la dictadura. Tales fuerzas políticas acababan de salir de prisión y/o habían vuelto del exilio. La enorme represión del régimen dictatorial (por cada asesinato político cometido por Mussolini, la dictadura de Franco cometió 10.000) había debilitado tales partidos políticos hasta entonces clandestinos.

3. Hablar de que la Transición fue resultado de un consenso entre los herederos de los vencedores y los herederos de los vencidos de la Guerra Civil, como Santos Juliá, Javier Pradera y gran número de intelectuales del establishment mediático español han presentado aquel proceso es una exagerada idealización de aquella Transición. El primer objetivo de las izquierdas fue que se permitiera su existencia, aún cuando ello fuera en situación de desventaja, como así fue. Hablar de consenso entre los herederos de los vencedores y los herederos de los vencidos, cuando los primeros lo tenían prácticamente todo y los segundos casi nada, es abusar del término “consenso”.

4. La Constitución fue fruto de este desequilibrio. Los mismos autores que promovieron la definición de aquella Transición como modélica, defendieron aquella Constitución como ejemplar, “siendo una de las más avanzadas de las hoy existentes en Europa”, tal como Santos Juliá la definió. En realidad, tal documento se caracterizó por su insensibilidad social y su inhabilidad en reconocer el carácter plurinacional del Estado español. Como consecuencia, España continúa hoy, tras más de treinta años en esta democracia, con uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la Unión Europea de los Quince, y sin todavía haber admitido que Catalunya, por ejemplo, es una nación. El “café para todos” es un producto de esta Constitución. Y el Tribunal Constitucional es un fruto de tal Constitución y del proceso inmodélico que la creó.

5. La Transición significó una apertura del Estado, heredado de la dictadura, altamente desequilibrado, permitiendo la entrada de las izquierdas y otras fuerzas democráticas en su seno, pero dentro de un contexto en el que las fuerzas conservadoras tenían una influencia desmesurada en los aparatos del Estado (tanto a nivel central como autonómico) y en el que los grupos fácticos, como la banca y la gran patronal, continuaron teniendo un enorme dominio en la vida política del país. Acaba de publicarse un libro Oligarquía financiera y poder político en España, escrito por un ex banquero, Manuel Puerto Ducet, que a pesar de sus obvias limitaciones (presenta al presidente de la compañía Abertis como un empresario ejemplar –la compañía Abertis debe su supuesto éxito empresarial precisamente a sus conexiones políticas con los gobiernos conservadores que han dominado la vida política de Catalunya desde el inicio de la democracia-) contiene información que, como el autor señala, muestra como los vencedores de la Guerra Civil y la nomenclatura del régimen dictatorial continúan controlando el capital financiero de este país. Lo que la Transición significó fue la abertura de tal sistema a las izquierdas, con la incorporación de personalidades de las izquierdas gobernantes en un entramado financiero-empresarial-político que constituye el establishmentespañol (incluyendo el catalán) y que controla la vida política y también mediática del país.

6. El poder de tal establishment se mantiene predominantemente a través de tres tipos de intervenciones. La primera es el enorme control de los medios de información y persuasión, tanto públicos como privados, con clara marginación y discriminación hacia las izquierdas (lo que ocurre tanto en España como en Catalunya). Esta enorme represión ideológica es un indicador de su enorme inseguridad. Hoy España (incluyendo Catalunya) es el país de la Unión Europea con menor pluralidad ideológica en sus medios, sin prácticamente medios de izquierda. El establishment español, incluyendo el catalán, es consciente de que se asienta sobre un volcán potencial, pues las encuestas muestran que la población española y catalana está más a la izquierda que el establishment, siendo también el país en la Unión Europea en el que su población está menos satisfecha con sus instituciones llamadas representativas, tanto las españolas (incluyendo las catalanas) como las europeas. De ahí el enorme temor y represión a voces de izquierdas, pues saben que el potencial de movilización es muy elevado.

El segundo tipo de intervenciones es la represión económica, creando gran inseguridad entre las clases populares, lo cual consiguen a través del aumento del desempleo (que crea inseguridad y temor en toda la población) y el descenso de la protección social.

Y el tercer tipo de intervención es la represión física y policial que ha aumentado con el gobierno PP. España tiene el mayor número de policías y el menor número de personas adultas por 10.000 habitantes trabajando en los servicios públicos del Estado del Bienestar de los países de la Unión Europea de los Quince.

7. La Monarquía es el centro del establishment y es el que le da garantías de seguridad. Todos los mecanismos de información de mayor difusión se movilizan para crear una popularidad de los miembros de la Corona, comenzando por el Rey, (desde la imagen errónea de que el Monarca haya sido el que ha traído la democracia a España, a su supuesta accesibilidad y campechanía. En realidad, gran número de personajes, incluso progresistas, ha sucumbido a esta percepción, siendo el caso más extremo el de Paul Preston, que en su libro Juan Carlos. Un Rey del Pueblo describe al Monarca como el Rey del Pueblo. Tal libro es de un oportunismo denunciable, pues idealiza la imagen del Rey sin percibirse que la Monarquía es el centro del establishment español responsable de las enormes limitaciones de la democracia española. Es incoherente en extremo denunciar, como hace Preston, el silencio sobre los desaparecidos o “la corrupción masiva que hay en España, herencia del franquismo” (entrevista a Paul Preston en La Vanguardia 06.04.13) y a la vez alabar al Rey y a la Monarquía que ha contribuido en gran manera al silencio sobre el pasado y a que tal corrupción exista en España. Y no me estoy refiriendo sólo a los miembros de su familia real, sino a todo el sistema de corrupción heredado del dominio ultraconservador sobre los aparatos del Estado. Tal generosidad con el Rey contrasta, por cierto, con la dureza de Paul Preston en su libro sobre Santiago Carrillo, Zorro Rojo. Conocí a Santiago Carrillo, con el cual tuve desacuerdos, así como acuerdos. Pero me desagrada en extremo el oportunismo de Paul Preston, que aparece de nuevo ahora al escribir tal libro, sólo unas semanas después de su muerte, acusando a tal dirigente comunista de ser ambicioso en extremo, y de haber alcanzado su deseada prominencia a base de sacrificar a sus colaboradores. ¿No cree Preston que el Rey fue enormemente ambicioso, sacrificando a amigos y colaboradores en su deseo de retener el trono, a costa de fuera quien fuera, incluyendo a su padre? El contraste como Paul Preston trata al Monarca, idealizándolo, con la manera como analiza al dirigente comunista Carrillo, demonizándolo, es signo, además de oportunismo (en sus formas y calendario), de falta de coherencia y rigor. Paul Preston debería haber sido más riguroso y exigente en su análisis del contexto político que determinó la existencia de la Monarquía en España y el papel central que tal institución juega en la reproducción de las enormes limitaciones que tiene la democracia española.

Existe hoy un intento muy visible mediáticamente de evitar el desprestigio total de la institución monárquica, aupando la figura del Príncipe Felipe para que pueda sustituir al Monarca actual. Los medios de mayor difusión están trabajando cuarenta y ocho horas al día para promover tal figura, pues son conscientes de la centralidad que el Rey (que, según la Constitución, es el jefe de las Fuerzas Armadas) y la Monarquía, juegan en el entramado de poder que gobierna nuestro país. Su desaparición significaría el inicio de la pérdida de tal entramado. De ahí la enorme preocupación por su posible disolución .

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra
Fuente: www.publico.es

miércoles, 3 de abril de 2013

La apertura de un proceso constituyente, y la República como forma de Estado, es la aspiración consecuente de un demócrata.






Este 14 de abril conmemoramos el 82 aniversario de la proclamación la de la 2ª República. Tras el golpe de Estado militar y los tres años de Guerra Civil, sufrimos la larga noche de la dictadura franquista que empezó a morir a finales de 1975 con la desaparición física del dictador. Entonces se inició un proceso de transición    para el que el dictador había dejado “todo atado y bien atado”. La Monarquía impuesta por el general Franco como forma de Estado dio continuidad a la hegemonía del bando de los ganadores de la fraticida guerra.

Conducida por los sectores que dominaban el aparato de Estado, desde el Movimiento Nacional, se produjo el acercamiento hacia las principales fuerzas políticas organizadas en la débil oposición para alcanzar un pacto que permitiera unas elecciones homologadas en Europa. A tal fin se introdujeron las reformas necesarias sin que supusieran la ruptura con el régimen fascista anterior. La transición continuó con las elecciones de 1977 y, finalmente, con el referéndum que permitió la aprobación de la Constitución en 1978.

Los sectores sociales dominantes en la anterior etapa continuaron su situación privilegiada en la naciente democracia. La forma Estado tuvo continuidad en la Monarquía centralista, manteniendo el poder oligárquico de las mismas minorías e imponiéndose un escrupuloso silencio sobre la represión y crímenes del pasado. Los aparatos del Estado y el poder judicial permanecieron intactos mientras se consolidaba una partitocracia, apoyada desde la propia constitución y la ley electoral, que permitiría el establecimiento de la clase política y que garantizase el statuo quo económico sin que pudiera desarrollarse el Estado del bienestar, tal como había sucedido en los países que entonces conformaban el núcleo central de Europa. Los privilegios de la minoría dominante permanecieron intactos, aumentando su poder y la desigualdad económica en el país desde entonces. La Iglesia católica, aliada del régimen anterior, continuó su intromisión en la esfera del Estado sin apenas revisión.

Herederos de aquella transición, hoy, se vive un panorama desolador en todas las instituciones del Estado, a la par que aumenta la desigualdad social y crece la desafección de la población respecto al poder político. El exceso de poder acumulado por unos pocos, las minorías económicas y financieras (grandes empresas y bancos) y la clase política, ha acabado por sobrepasar los límites que el Estado de derecho impone. Desde el propio monarca y la familia real, pasando por el Gobierno y los representantes parlamentarios, la corrupción amenaza por cualquier esquina. No hay institución sobre la que no recaiga alguna sospecha y en los tribunales se acumulan las imputaciones. Hasta los sindicatos oficiales, que han sido un bastión importante para consolidar una política regresiva hacia las clases trabajadoras, se encuentran entre las instituciones beneficiadas por el Estado y encausadas por posibles corruptelas.

Aquel modelo de transición, y la Constitución resultante, pudo responder a la correlación de fuerzas existentes en aquellos entonces, pero hoy no representan a la mayoría de la población. Sólo una exigua minoría de la actual población viva participó en aquel referéndum que la aprobó. La monarquía, que aparecía escondida en el articulado del texto constitucional, impidiendo que la población pudiera pronunciarse sobre la forma de Estado, es decir, entre Monarquía o República, carece ya de la escasa legitimidad con la que nació.

En consecuencia, lo que desde la ciudadanía se reclama con más fuerza cada día, es la apertura de un proceso constituyente y la implantación de la República como forma de Estado. Es decir, dar fin a la continuidad del franquismo prolongado en la transición, en el modelo de sociedad y de Estado configurados desde entonces, para implantar la democracia como autogobierno del pueblo. Esto es, simplemente, una aspiración de cualquiera que se considere demócrata.