jueves, 31 de mayo de 2012

“Cada vez que dicen patria, pienso en el pueblo y me pongo a temblar...” (Carlos Cano).


Hace algunos años, cantaba Carlos Cano el inolvidable tango dedicado a las madres de la plaza de Mayo, aquel grupo de mujeres que se enfrentó a la dictadura argentina reclamando saber qué había pasado con sus hijo/as desaparecidos durante esos años de terror. En nombre de la patria, los militares dieron un golpe de Estado, acabaron con las libertades, reprimieron, torturaron e hicieron desaparecer a miles de personas. La gestión económica del país fue encomendada a economistas neoliberales o monetaristas (los Chicago Boys, discípulos de M. Friedman) que privatizaron empresas del sector público y favorecieron el control de capital extranjero sobre amplios sectores de la economía nacional. Cinco años después, el país, se encontraba en una profunda crisis económico-financiera y social. Esa era política que se hacía en nombre de la patria, esa patria que decían orgullosamente defender.

Por nuestras cercanas tierras no es que suceda algo parecido. No hay una dictadura militar, ni un régimen de terror como el impuesto en Argentina. Pero sí hay aspectos que nos son comunes. Hay patrioteros a los que se les llena la boca de España, himno y bandera. Y también se encuentran en el poder. Acusan, por ejemplo, a aquél que proteste contra el himno, de no ser “español bien nacido” (Morenés, ministro de Defensa) o incluso proponen que no se juegue un partido de fútbol, la final de copa, porque era previsible que se produjeran silbidos cuando sonara el himno (Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid).

Sin embargo, estos mismos políticos, tan preocupados por los símbolos nacional-españoles, no han objetado el más mínimo reparo a la entrega del poder decisorio del Estado en cuestiones económicas a las instituciones europeas. La troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) está tomando las decisiones en la intervención de facto que pesa sobre el país. Son estas instituciones las que deciden qué hacer en materia económica y, pronto, sus inspectores supervisarán que las políticas se ajusten a esos dictados. Los pueblos del Estado, por tanto, quedarán a merced de unas instituciones que representan los intereses del capital financiero, del sector de la oligarquía que tienen en la presidenta alemana, A. Merkel, su mejor valedora.

El pregonado patrioterismo de estos dirigentes políticos no es obstáculo para preservar sus intereses político-financieros aunque sea al precio de hundir aún más la difícil situación financiera del país. Se hicieron fuertes en el grupo bancario Bankia (amigos y familiares, correligionarios todos -¿cómo van a aceptar una comisión de investigación?-), se enriquecieron y especularon con los recursos del grupo hasta dejarlo con un agujero de 24.000 millones de euros, en lo que es la mayor quiebra financiera de la historia de este país. Las consecuencias se han disparado: la prima de riesgo por encima de los 540 puntos y se multiplica exponencialmente la carga de la deuda. ¿Quién va a pagar este desaguisado? Pues desde las instituciones europeas ya han dado las órdenes al Gobierno. Como la privatización de empresas (AENA, RENFE, Loterías...) no les pareció suficiente, si ahora se aspira a una relajación del déficit o alguna fórmula para inyectar dinero a Bankia, el Gobierno tendrá que subir el IVA y proseguir en la reforma de las pensiones, adelantando la entrada en vigor de la jubilación a los 67 años, recortes en su cuantía y en el seguro de paro. Otra vez el pueblo.

En unos días, mientras los inspectores de la troika supervisen las cuentas y vigilen el cumplimiento de las órdenes, nuestros patrioteros políticos presidirán los encuentros de fútbol de la Eurocopa; sonará el himno y las banderas se agitarán al grito de España. Pensaré en el pueblo… y me pondré a temblar.


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