A pesar de que el Gobierno anuncia que 2015 será el año de consolidación de una recuperación que habría comenzado en el 14, la realidad es que en este año que comienza no habrá ninguna mejoría para la mayor parte de la sociedad, para la multitud y los pueblos del Estado. Porque no me cabe duda que los sectores financieros y económicos pueden ver incrementados sus beneficios, pero no son pueblo ni la multitud que compone la mayoría social. No son pueblo porque el capital no se identifica con ninguna cultura, con ningún ser humano habite donde habite, pertenezca al país que pertenezca. Para el capital todo ser humano es potencial fuerza de trabajo a la que poder explotar, aquí, allá y acullá. El Estado nacional es un instrumento a su servicio, un instrumento para la defensa de sus intereses donde estos se encuentren. Así ha sido desde la constitución de los Estados nacionales. Lo sectores hegemónicos de la burguesía han podido replantear, en ocasiones, el modelo de Estado en función de las conveniencias que, como sector social, más le interesaba. Para ello se apoyarían en vínculos identitarios y culturales con el pueblo que pretendían aglutinar en la estructura de ese Estado. En rigor, para el capital, la patria no es más que el Estado que mejor defiende la generación continua de plusvalías que incrementen su poder económico. Así, sus capitales circularán por todo el mundo, invertirán en aquellos países donde más fácil resulte la explotación de trabajadores/as, especularán con activos financieros procedan de donde procedan, pagarán impuestos donde más ventajas le proporcionen y evadirán sus capitales hacia paraísos fiscales de cualquier continente. El modelo de Estado que sostendrán será siempre aquél que mantenga esos intereses y esa situación privilegiada como clase social.
Sin embargo, la realidad para la
multitud y los pueblos ha sido y es otra diferente. Marx dijo que los obreros
no tienen patria. En efecto, quien nada posee salvo su fuerza de trabajo, ¿qué
puede decir que es suyo? En tanto que poseedor de su fuerza de trabajo,
necesita venderla al capitalista a cambio del salario que le proporcione los
medios de subsistencia. Y tal cosa hará independientemente del país que se
trate. Pero con todo, lo que no se puede negar, ni Marx negó, es la defensa de
la cultura, de la tierra y los elementos simbólicos bajo los que ese
trabajador/a ha adquirido la identidad como persona. Esa es la raíz necesaria
de la que se nutre cualquier ser humano. Y la identidad social compartida por
el grupo es lo que configura lo que denominamos pueblo.
Cierto es que en la actualidad
han aparecido nuevos sujetos poco o nada vinculados al pueblo y cuya
extensión va en aumento. Es la multitud, los muchos que forman singularidades
diferentes que no pueden reducirse a la unidad, ni a una identidad única, pero
que están conectadas, que forman redes y actúan en común sin perder cada cual
la riqueza de su singularidad. Su crecimiento ha sido paralelo a la nueva
configuración global del poder político y económico. La multitud es la mayoría
social, los excluidos de los ámbitos de decisión y de las instituciones
representativas del sistema capitalista.
En esta situación en la que el
ser humano es convertido en una mercancía más, una mercancía productora de
riqueza material o intangible, surge la resistencia de la multitud y, también, el
derecho de cada pueblo a constituirse como tal, a dotarse de los instrumentos
políticos que salvaguarden su condición de personas y de pueblo; el derecho a exigir
la libre determinación. Por eso, en la actualidad, cuando el capital ha
franqueado todas las barreras humanas, sociales y nacionales, sumiendo en el
paro y la pobreza a millones de ciudadanos/as del Estado español, la
reclamación del derecho de autodeterminación (social, económico y político) y
de otro modelo de Estado, es la reclamación de un patriotismo humano.
Las soflamas sobre la unidad
nacional y patrañas similares que los patrioteros alientan, y cuyo papel tan
bien representa la Monarquía, esconden los intereses de los sectores económicos
dominantes que necesitan de una estructura estatal que mantenga su dominio, su
poder de explotación sobre la multitud y los pueblos del Estado, a la vez que
defienda sus intereses económicos y privilegios en cualquier país del mundo.
Para ellos no hay más patria que sus negocios. Y que el crecimiento y los
beneficios económicos continúen instalados en ellos. En definitiva, ese es el trasfondo del patrioterismo
dominante, el que se esconde tras el respeto a la bandera y el himno para
ocultar el sufrimiento humano, los bajos salarios, el desempleo y la pobreza de
la población. Pero 2015 puede ser el año en que la multitud y los pueblos les
quiten las máscaras, puede ser el año que empiecen los cambios hacia otro
modelo de sociedad.
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