La relación entre víctimas y
victimarios, como toda relación dialéctica, podría ser superada en una nueva
síntesis[i];
y esta no puede ser otra que la que suponga reparación y justicia. Pero lo que no resulta fácil es identificar a los actores exclusivamente por su pertenencia en cada uno de esos
papeles, como
puede apreciarse especialmente en algunos conflictos interétnicos. Otra
dificultad añadida sucede cuando se entrecruzan conflictos políticos diversos
que pueden distorsionar las causas y las justificaciones que establecen las
partes involucradas. Como consecuencia, se complica aún más cualquier avance hacia su resolución.
Grupos de víctimas del terrorismo
vasco, en particular de ETA, vienen protagonizando diversas manifestaciones de
indignación por la reciente liberación de decenas de terroristas, resultado del
acatamiento de la sentencia del tribunal de Derechos Humanos que anulaba la
retroactividad de la doctrina Parot. Es decir, que la Justicia española ha
tenido que asumir la liberación que correspondía en aplicación del código penal
que estaba en vigor en el momento en el que fueron juzgados. Y como toda
víctima, también las del terrorismo vasco tienen derecho a la reparación y a
que se haga justicia.
Con este, tenemos un ejemplo donde la superación de la relación entre víctimas y victimarios puede complicarse si se entrecruzan otros conflictos políticos. Al pueblo vasco, como a otros pueblos de la península, el Estado franquista y centralista, victimario, le impidió el ejercicio de las libertades y el derecho de autodeterminación, padeciendo la persecución y represión con su secuela de víctimas desde el momento del golpe en el 36 hasta la transición democrática. Las víctimas del franquismo, aún reclaman reparación y justicia. Y el pueblo vasco también.
De la inconclusa superación de
este conflicto, surgió el ejercido por el terrorismo etarra. No se puede negar
que se han producido avances, como la renuncia a continuar con la violencia por
parte de grupo ETA. Sin embargo, los pasos definitivos aún no se ha dado, y las
justificaciones para no hacerlo no son admisibles desde el punto de vista
político, pero, sobre todo, no lo son del punto de vista moral.
En primer lugar, ni las víctimas
del terrorismo etarra tienen la responsabilidad del golpe franquista y del
genocidio posterior, ni de que al pueblo vasco no se le reconozca el derecho de
autodeterminación. La relación entre víctimas y terrorismo etarra es, por
tanto, una consecuencia en la que el uno de los polos de esa relación
(víctimas) es ajeno (salvo excepciones) a lo que fue su causa precedente (la
dictadura). El error en la justificación del uso de la violencia, en términos
políticos, fue pensar que le daban continuidad a la contradicción anterior no
superada.
En segundo lugar, y más
importante, es que no pueden confundirse el plano de la moral y el de la
política. La moral es individual, de uno mismo, y es ante la conciencia de cada
cual ante quien hay que responder. La acción política se fundamenta en la
moral, y nunca puede ser al revés. La participación y los proyectos políticos
surgen porque se tienen criterios acerca de los justo, de la moralidad pública,
de los derechos que tienen que protegerse, de los valores que organicen la
sociedad. Por tanto, lo primero que hay que preguntarse es por la moralidad, el
valor moral de lo que nos disponemos a hacer.
La expresión de la moralidad tiene un máximo y un mínimo: cuanto alguien es capaz de entregar su vida para salvar la de otros, sería el momento máximo de moralidad. El mínimo, sería aquél en que un ser humano es capaz de quitar la vida a otro. Si se acepta que la relación entre víctima y victimario es, antes que nada, una relación moral (y no un mero “efecto colateral” de otro conflicto), el responsable último, cada cual, es quien tiene que responder, ante su propia conciencia, de lo que hizo. Si en ese intradiálogo entre el yo y su conciencia, el victimario asume la responsabilidad de la inmoralidad cometida, no puede escudarse en otros conflictos para reparar el daño y el dolor causado. No puede escudarse en que otros victimarios no lo hayan hecho, ni que las víctimas del franquismo lo exigen y esperan, o que el pueblo vasco no pueda decidir sobre su futuro y sus relaciones con los demás pueblos.
La expresión de la moralidad tiene un máximo y un mínimo: cuanto alguien es capaz de entregar su vida para salvar la de otros, sería el momento máximo de moralidad. El mínimo, sería aquél en que un ser humano es capaz de quitar la vida a otro. Si se acepta que la relación entre víctima y victimario es, antes que nada, una relación moral (y no un mero “efecto colateral” de otro conflicto), el responsable último, cada cual, es quien tiene que responder, ante su propia conciencia, de lo que hizo. Si en ese intradiálogo entre el yo y su conciencia, el victimario asume la responsabilidad de la inmoralidad cometida, no puede escudarse en otros conflictos para reparar el daño y el dolor causado. No puede escudarse en que otros victimarios no lo hayan hecho, ni que las víctimas del franquismo lo exigen y esperan, o que el pueblo vasco no pueda decidir sobre su futuro y sus relaciones con los demás pueblos.
La relación víctima/victimario es
una relación individual. Por eso un mismo individuo puede ocupar
indistintamente papeles, de víctima o victimario, según con quien establezca la
relación. Es esa relación concreta la que el excarcelado etarra (como cualquier
otra persona que se encuentre en situación similar) tiene que entender como única: la de la condición de victimario y la de la víctima a la que causó el dolor, al margen de cualquier otra posible. Una vez que el victimario ha cumplido la pena a la que fue sentenciado, tiene que
pedir perdón. Y la víctima tiene que aceptar que cumplió la pena que la
Justicia le impuso, por muy difícil –y comprensible- que sea superar el estado emocional que posea. Pero si se ha
producido el perdón y la reparación, nadie puede poner impedimentos a la
apertura de esa vía para otro horizonte de relaciones humanas.
Es sólo una vía, porque todavía
quedan otras víctimas, como las del genocidio franquista, o de otros terrorismos,
como el de los aparatos del Estado (GAL), la extrema derecha, GRAPO, etc. Y el
proceso de superación también tiene que ser una síntesis basada en la
reparación y en la justicia. Pero esta, la de ahora, es una responsabilidad que se les presenta a los presos excarcelados de ETA.