viernes, 13 de junio de 2014

El 22 de julio de 1969, el dictador Franco anunció a D.Juan Carlos de Borbón como su sucesor en la jefatura del Estado.



                                                                           
El 22 de julio de 1969, Franco anunció la sucesión en la jefatura del Estado en las Cortes.

"Así, pues, valorando con toda objetividad las condiciones que concurren en la persona del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que, perteneciendo a la dinastía que reinó en España durante varios siglos, ha dado claras muestras de lealtad a los principios e instituciones del Régimen, se halla estrechamente vinculado a los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, en los cuales forjó su carácter, y al correr de los últimos veinte años ha sido perfectamente preparado para la alta misión a que podía ser llamado y que, por otra parte, reúne las condiciones que determina el artículo 11 de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, he decidido proponerle a la Patria como mi sucesor. Esta designación se halla en todo conforme con el carácter de nuestra tradición, gloriosamente representada en los bravos luchadores que durante un siglo se mantuvieron firmes contra la decadencia liberal y frente a la disolución de nuestra Patria por obra del marxismo; asegura la unidad y la permanencia de los Principios del Movimiento Nacional, está en todo conforme con las normas y previsiones de nuestras leyes y en su persona confluyen las dos ramas que en su día determinaron las pugnas sucesorias del siglo pasado.…………………………………………………………………………………………
Ha de quedar claro y bien entendido, ante los españoles de hoy y ante las generaciones futuras, que esta Monarquía es la que con el consenso clamoroso de la Nación fue instaurada con la Ley de Sucesión el 7 de julio de 1947, perfeccionada por la Ley Orgánica del Estado de 10 de enero de 1967; Monarquía del Movimiento Nacional continuadora perenne de sus principios e instituciones y de la gloriosa tradición española. Por ello, para cumplir las previsiones sucesorias, se instaurará, en su día, la Corona en la persona que hoy proponemos como sucesor, mediante la aprobación de la Ley a que va a dar lectura el señor Presidente de las Cortes" Fragmento del discurso del dictador ante las Cortes. 



Con la desaparición física del dictador en 1975, los acontecimientos parecían anunciar que el régimen vivía sus últimos días. Pero se inició entonces un proceso de transición para el que, en lo esencial, como el viejo dictador había señalado en su día, "todo estaba atado y bien atado”. La Monarquía impuesta por el general Franco como forma de Estado dio continuidad a la hegemonía del bando de los ganadores de la fraticida guerra.

Conducida por los sectores que dominaban el aparato de Estado, desde el Movimiento Nacional, se produjo el acercamiento hacia las principales fuerzas políticas organizadas en la débil oposición para alcanzar un pacto que permitiera unas elecciones homologadas en Europa. A tal fin se introdujeron las reformas necesarias sin que supusieran la ruptura con el régimen fascista anterior. La transición continuó con las elecciones de 1977 y, finalmente, con el referéndum que permitió la aprobación de la Constitución en 1979.

Los sectores sociales dominantes en la anterior etapa continuaron su situación privilegiada en la naciente democracia. La forma Estado tuvo continuidad en la Monarquía centralista, manteniendo el poder oligárquico de las mismas minorías e imponiéndose un escrupuloso silencio sobre la represión y crímenes del pasado. Los aparatos del Estado y el poder judicial permanecieron intactos mientras se consolidaba una partitocracia, apoyada desde la propia constitución y la ley electoral, que permitiría el establecimiento de la clase política y que garantizase el statuo quo económico sin que pudiera desarrollarse el Estado del bienestar, tal como había sucedido en los países que entonces conformaban el núcleo central de Europa. Los privilegios de la minoría dominante permanecieron intactos, aumentando su poder y la desigualdad económica en el país desde entonces. La Iglesia católica, aliada del régimen anterior, continuó su intromisión en la esfera del Estado sin apenas revisión.

Herederos de aquella transición, hoy, se vive un panorama desolador en todas las instituciones del Estado, a la par que aumenta la desigualdad social y crece la desafección de la población respecto al poder político. El exceso de poder acumulado por unos pocos, las minorías económicas y financieras (grandes empresas y bancos) y la clase política, ha acabado por sobrepasar los límites que el Estado de derecho impone. Desde el propio monarca y la familia real, pasando por el Gobierno y los representantes parlamentarios, la corrupción amenaza por cualquier esquina. No hay institución sobre la que no recaiga alguna sospecha y en los tribunales se acumulan las imputaciones. Hasta los sindicatos oficiales, que han sido un bastión importante para consolidar una política regresiva hacia las clases trabajadoras, se encuentran entre las instituciones beneficiadas por el Estado y encausadas por posibles corruptelas.

Aquel modelo de transición, y la Constitución resultante, pudo responder a la correlación de fuerzas existentes en aquellos entonces, pero hoy no representan a la mayoría de la población. Sólo una exigua minoría de la actual población viva participó en aquel referéndum que la aprobó. La monarquía, que aparecía escondida en el articulado del texto constitucional impidiendo que la población pudiera pronunciarse sobre la forma de Estado, es decir, entre Monarquía o República, carece ya de la escasa legitimidad con la que nació.

En consecuencia, lo que desde la ciudadanía se reclama con más fuerza cada día, es la apertura de un proceso constituyente y la implantación de la República como forma de Estado. Es decir, dar fin a la continuidad del franquismo prolongado en la transición, en el modelo de sociedad y de Estado configurados desde entonces, para implantar la democracia como autogobierno del pueblo. Esto es, más allá de la identificación ideológica, una aspiración de cualquiera que se considere demócrata.

domingo, 1 de junio de 2014

IU tiene su hoja de ruta, Podemos debe continuar la suya… y los movimientos ciudadanos seguir incrementando su presencia en la sociedad.


                                                                             
Reunión de la Coordinadora Andaluza de las Marchas de la Dignidad del 22M (Humilladero, 1-6 2014)  

Dirigentes políticos y analistas de izquierdas se han pronunciado en los últimos días a favor de una confluencia entre la coalición IU y la emergente fuerza política Podemos. Entre los que se han efectuado declaraciones se encuentran los máximos líderes de estas fuerzas políticas. Ambos han dejado abierta la posibilidad de tal confluencia, pero mientras Pablo Iglesias ha señalado como necesaria un previo acercamiento programático y de acción, Cayo Lara ha dejado claro que IU tiene su propia hoja de ruta. Parece que los dos líderes han enfriado un proceso que en otros ámbitos se contemplaba como tarea urgente. Y las últimas noticias también apuntan en esa dirección: Podemos se está centrando estos días en la extensión territorial y consolidación organizativa de sus círculos; IULVCA anuncia un proceso de primarias abiertas para la elección de su candidato a la Junta de Andalucía. Es decir, para ninguno la confluencia entre ambas organizaciones es la tarea a acometer en estos momentos. Y, contra una opinión bastante extendida entre sectores de la izquierda, creo que aciertan ambos.

IU por la Base, corriente que agrupa en Andalucía a la CUT y otros críticos con la dirección, especialmente en lo referente al pacto con el PSOE en el gobierno de la Junta, también se ha pronunciado en contra del proceso de primarias para la elección del candidato a presidir la Junta. Entiende que dicho proceso es innecesario en unos momentos en los que lo que está planteado es el proceso de confluencia de la izquierda, a quien correspondería, una vez alcanzados los acuerdos, la elección del candidato a la presidencia y la formación de candidaturas. IU por la Base entiende también que al proceso de confluencia de la izquierda se tiene que invitar a otros colectivos políticos y movimientos sociales. Y lo demanda con carácter de urgencia. Aquí, a mi juicio, reside el error.

La confluencia entre la izquierda y entre los de abajo, organizados en asociaciones movimientos ciudadanos y en el sindicalismo alternativo, no puede forzarse por una convocatoria impulsada por las dos principales fuerzas políticas, IU y Podemos. La confluencia, o es real, lo cual quiere decir que viene precedida de compartir movilizaciones y propuestas en prácticamente todos los terrenos, o es simplemente un mero artificio formal que sume colectivos políticos con vistas a un resultado electoral (supuestamente mejor). Si lo que está planteándose en estos momentos entre los que claman la unidad es esto último, se obtendrían varias consecuencias negativas para el proceso de empoderamiento ciudadano:

En primer lugar, los colectivos y movimientos ciudadanos tiene una dinámica propia de extensión y movilizaciones que no puede supeditarse a la agenda electoral. Es en estas movilizaciones donde tiene que producirse la confluencia real entre los de abajo. Y esto tiene que visualizarse en el apoyo comprometido, entre otras, con la marea verde (y las demás), con el movimiento antidesahucios o la coordinadora de las marchas de la dignidad 22M, donde no está claro el compromiso por parte de todas las fuerzas políticas.

En segundo lugar, lo que ha supuesto Podemos, su potencial de crecimiento político, no puede verse frenado en operaciones artificiales. IU por la Base acierta en señalar de dónde tiene que surgir el proyecto para el cambio político y la renovación social, pero esto se tiene que jugar en un proceso donde todas las partes desarrollen sus potencialidades, y ahí no caben las urgencias. Hoy por hoy no se ven límites a la expansión de Podemos; antes al contrario, está sorprendiendo su crecimiento exponencial y la capacidad para integrar personas indignadas que difícilmente se incorporarían a alguna de las fuerzas políticas hasta ahora existentes. Un pacto entre fuerzas políticas en estos momentos sería imponer un corsé a este proyecto ilusionante y del que va a depender, en buena medida, la vía político-institucional para hacer real el poder del pueblo.

En consecuencia, para un futuro inmediato, lo deseable es que cada fuerza diseñe y continúe con sus propios planes de crecimiento. Y los movimientos ciudadanos sigan cada uno de ellos con sus movilizaciones propias, así como, coordinados en el 22M, con las movilizaciones anunciadas para finales de junio y el otoño. Es en ese proceso de empoderamiento donde tiene que producirse la confluencia real que, más adelante, también podría dar lugar a la participación electoral conjunta.