sábado, 14 de diciembre de 2013

Plutocracia o aristodemocracia. Tribulaciones de un profesor al explicar en clase el orden moral y la política en Platón.


                                                                 
Hacer clik sobre la foto para ampliar.


En la filosofía de Platón ocupa un lugar central una obra de su madurez en la que está contenido lo fundamental de su pensamiento y la dimensión práctica del mismo: la República. En ella expone Platón todo su filosofía, pero es, sin duda, la justicia el tema que le interesaba en este magno estudio. Por eso, parte de sus textos suelen ser de lectura obligatoria entre el alumnado de bachillerato, así como esta obra en su conjunto lo es para el alumnado de la facultad de Filosofía.

Cuando en estos días andamos explicando la filosofía de Platón, y más en concreto, el orden moral y político que propone como modelo de sociedad, necesariamente tenemos que hablar de la justicia en el Estado. Es bien sabido que para suscitar el interés del alumnado, los profesores/as utilizamos referencias actuales que inciten a la contrastación y al debate. En mi caso, la primeras preguntas que suelo hacer en clase, respecto al tema que comento, es la del porqué tiene que haber Estado y dónde reside la legitimidad del mismo. Y nos introducimos en las propuestas de Platón: el Estado tiene como función promover la virtud y la justicia, tanto individualmente como socialmente, y es una condición necesaria para que los ciudadanos/as puedan conseguirse una vida feliz. 

Tras el debate, ya es imposible sustraerse a la crítica de nuestro presente: el fin moral del Estado no existe y este no es más que un simple aparato de poder al servicio de minoritarios sectores de población, sectores económicos y financieros que, además, intervienen o utilizan la representación política para incrementar sus privilegios. Pero la crítica no se agota en la función del Estado. En la división funcional que Platón establecía para el modelo de sociedad, asignaba a los sabios, condición que se alcanzaba tras un largo proceso educativo, el ejercicio de la dirección de la sociedad. Pero para este grupo social, como para los guardianes, Platón incluye también medidas de carácter moral para impedir el egoísmo, el lucro personal y la corrupción que puede acompañar el ejercicio del poder: quedan excluidos de las ventajas económicas (1) que pueden disponer otros grupos sociales, como es el de los productores. El poder social y político de los gobernantes, por tanto, se justifica y adquiere legitimidad en el hecho de ser los más dotados (2para el ejercicio del mismo.

Entonces, mano alzada, la voz inconformista pregunta cómo es posible que en nuestra sociedad no aparezcan los mejores, cómo es posible que sea la oligarquía, que se esconde tras el eufemismo de los mercados, quien ostente el poder global, cómo es posible el poder político actúe movido por intereses económicos. La respuesta, necesariamente, tiene que partir del reconocimiento de que no son las personas que con esfuerzo han alcanzado la formación adecuada, las que tienen la altura moral y humana para promover la virtud y la justicia, quienes hoy nos dirigen; sino una decadente clase política que se mantiene a sí misma en un sistema social que favorece a una minoría privilegiada.

Sí, en efecto, la aristodemocracia, las mejores personas para la dirección de la sociedad y la función pedagógica que les corresponde, como también señalara Blas Infante, las que el propio pueblo reconoce entre ellas, se encuentran sustituidas por una plutocracia, por un gobierno de los ricos. ¿Hablamos de política? No, estábamos hablando de Platón.




(1En concreto, Platón propone que ni puedan acceder a la propiedad privada ni constituir familia propia.
(2) Los sabios o filósofos.

domingo, 1 de diciembre de 2013

La LOMCE reduce la presencia de los saberes filosóficos. Pero, ¿quién teme a la filosofía?



Con el voto favorable del partido gobernante, el PP, la LOMCE fue aprobada en su último trámite parlamentario. Son muchos los aspectos críticos y regresivos que introduce esta ley y que han sido contestados por buena parte de la comunidad educativa. En otras ocasiones he tratado alguno de ellos; pero hoy me voy a referir a la reducción de las enseñanzas filosóficas, tanto del currículum de secundaria como del bachillerato. Desaparece la Ética en 4º de ESO y la Historia de la Filosofía en 2º de bachillerato. Pero además, y como consecuencia de la disminución del número de docentes y de salidas profesionales, los estudios universitarios, los que se imparten en las facultades de Filosofía, también se verán extraordinariamente mermados. Y parece que estas propuestas, además de entre las élites económicas y políticas, gozan con cierto apoyo social. En ambos casos son los mismos hilos los que tejen ese temor a la filosofía y, por tanto, a la enseñanza de los saberes filosóficos.

Pero, ¿quién teme a la filosofía?

Entre esas personas siempre están las que son pragmáticas, las que buscan la utilidad y las consecuencias beneficiosas en todo lo que hacen. Impertinentemente, suelen presentarse con la pregunta: “y eso, ¿para qué sirve?”. Un saber que no está al servicio de nada ni de nadie, es un saber inservible.

También hay personas que, instaladas en el realismo ingenuo y asumiendo con indiferencia el mundo que les toca vivir, nunca se preguntan por nada. Para ellas, nada más absurdo que un saber que consiste fundamentalmente en interrogarse acerca de cuanto hay.   

Especialmente abundantes son aquellas personas que se acostumbraron a estar en minoría de edad, a que sean otras quienes dirijan su vida. Sea con normas religiosas, sociales, jurídicas o morales, estas personas gustan de esa cómoda existencia sin tener que asumir desde sí mismas ningún tipo de respuesta. Obviamente, no tienen necesidad de un saber que pueda incomodarles.

Si sucede que los criterios que se imponen en la ardua tarea de existir se reducen al aumento del bienestar material, todo saber que no esté orientado a esa tarea, carecerá de importancia. Para esta conciencia social utilitarista que domina en nuestra cultura, el saber filosófico no deja de ser una cuestión vocacional de personas excéntricas.

A veces hay personas que se preocupan, fundamentalmente en los días finales de su vida, por el significado de su vida y de su muerte. Pero esos momentos de angustia son sólo un instante, y también sólo en algunos casos, de una larga vida sin preguntarse si es posible que la vida o la muerte tengan algún significado. Nada ni nadie que pudiera plantearle tales cuestiones serán de su agrado. No lo será la filosofía.

Cuántas veces habremos sabido y nos habremos encontrado con personas satisfechas, personas que afirman sentirse a gusto como están. Incluso las hay que, aún más allá, sostienen que es el medio social en el que su vida se desenvuelve el que permite que puedan tener esa plácida existencia. Para estas personas, preguntarse cómo hemos llegado a ser lo que somos, es una molesta pregunta cuya mejor solución es erradicarla. Eso es lo que piensan de la filosofía.

Es verdad, no lo niego, que "los otros" se convierten en una fuente de sufrimiento, como también, en menor medida, o si se prefiere, más fugazmente, pueden serlo de gozo. Pero quien sabe vivir, sabe adaptarse a esas circunstancias. Significa, por tanto, esfuerzo por comprender al otro. Y un significativo número de personas, hoy en aumento, sin embargo, prefieren concitar sus temores en una parte de esos otros, a los que convierten en diferentes. Otros diferentes con los que expiar sus culpas y que actúa como sueño salvífico del infierno en que viven. Pero preguntarse por la existencia real de ese otro diferente, es preguntarse por la consistencia del sueño etnocentrista (¡qué vértigo!).

¿Quién teme a la filosofía? Empezábamos con esa pregunta. Y hemos ido destejiendo algunos hilos: cualquier individuo que se identifique con alguno de los grupos mencionados, que no agotan todos los posibles, tiene sobradas razones para sentir ese temor. ¿Es usted uno de ellos?